Cap. 1.12

          Según se ha dicho (§ II), en el año 1809 empezaron á sentirse sincrónicamente en ambos extremos y en el centro del continente los primeros estremecimientos de la revolución sud-americana, con idénticas formas, iguales propósitos y análogos objetivos, acusando desde entonces á pesar de las largas distancias y del aislamiento de las poblaciones en medio de los desiertos, una predisposición innata y una solidaridad orgánica, como resultado de las mismas causas que sin previo concierto producían los mismos efectos. Es de observarse, que este movimiento inicial tuvo en algunas partes un carácter más radical que el que le siguió inmediatamente un año después, en que la insurrección tomó formas definidas y se enarboló resueltamente la bandera de la rebelión americana con su primera fórmula política, que sólo implicaba una independencia relativa y provisional y un compromiso entre la democracia y la monarquía sobre la base de la autonomía.
          Los primeros movimientos que hicieron sentir en Méjico, tuvieron un carácter confuso, peso en ellos se diseñó desde entonces la fórmula legal que debía aceptar la revolución al dar sus primeros pasos. La doctrina de que la soberanía del monarca retrovertía á los pueblos por el hecho de la desaparición de aquél, apareció por la primera vez netamente declarada, y de aquí dedujeron el derecho de instituir juntas de gobierno propias para su seguridad, negando obediencia á las que sin su representación, con el mismo derecho se habían formado en la Península al tiempo de la invasión de los franceses1. Siguióse á esto un choque entre los criollos y los españoles que rompió los vínculos qu los unían artificialmente, y un antagonismo entre la Audiencia y el Virrey que quebró el resorte del gobierno, de manera que al terminar el año de 1809, en Méjico se conspiraba en favor de la independencia2. En Quito, la conmoción asumió formas más definidas. Fueron derribadas las autoridades coloniales, y establecióse una junta de gobierno que se atribuyó el dictado de soberana, levantando tropas para sostener sus derechos (agosto de 1809). En una proclama dirigida á los pueblos de América, los exhortaba á imitar su ejemplo con el anuncio de que «las leyes habían reasumido su imperio bajo el Ecuador, afianzando las razas su dignidad; y que los augustos derechos del hombre no quedaban ya expuestos al poder arbitrario con la desaparición del despotismo, bajando de los cielos la justicia á ocupar su lugar»3. Los autores de esta revolución incruenta, vencidos, fueron asesinados en su prisión.
          Otra revolución que estalló casi simultáneamente en el extremo opuesto, en una población mediterránea como Quito, revistió un carácter más radical y tuvo un desenlace más trágico. En el Alto Perú estallaron sucesivamente dos movimientos subversivos, que presagiaban la descomposición del poder colonial y la aparición de una nueva entidad popular. La docta ciudad de Chuquisiaca fué la primera en dar la señal, aunque sin proclamar la rebelión, al deponer tumultuosamente los criollos á su primera autoridad instigados por la Audiencia, constituyendo un gobierno independiente bajo la presidencia de ésta (mayo de 18099. Dos meses después (julio de 1809) la populosa ciudad de La Paz alzaba resueltamente el pendón de la emancipación de los criollos, á los gritos de ¡Mueran los chapetones! (los españoles). Bajo la denominación de Junta Triutiva organizaron un gobierno independiente, compuesto exclusivamente de americanos, levantaron un ejército para sostenerlo y colgaron de la horca á los que se atrevieron á desconocerlo. A la vez proclamaban á los americanos á los gritos de ¡viva la América! ¡viva la libertad! diciéndoles: «Hemos tolerado una especie de destierro en el seno de nuestra propia patria, sometida la libertad al despotismo y la tiranía, que degradándonos de la especie humana nos ha reputado por salvajes y mirado como esclavos. Ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, conservadas con la mayor injusticia»4. Oprimidas ambas revoluciones por las armas combinadas de los virreinatos limítrofes del Perú y Río de la Plata, fueron sofocadas. La de La Paz cayó combatiendo con las armas en la mano, y sus principales caudillos fueron degollados en el campo de batalla ó perecieron en el patíbulo: uno de ellos al ser suspendido en la horca, exclamó: -«el fuego que he encendido no se apagará jamás!». Sus cabezas y sus miembros fueron clavados de firme en las columnas miliarias que en aquel país sirven de guía al caminante. Un año después, antes de que se hubieran podrido los despojos sangrientos de los revolucionarios de La Paz, estas proféticas palabras eran repetidas por uno de los más grandes repúblicos de la revolución argentina, educado en la docta universidad de Chuquisiaca, y sublevaban otra vez al Alto Perú.
          Sofocadas las conspiraciones de Méjico, el alzamiento de Quito y de los revolucionarios de Chuquisaca y de La Paz, creyóse dominado el incendio que amenazaba extenderse por toda la América del Sud. Como lo había dicho el virrey del Perú medio siglo antes, con motivo de la primera sublevación de los comuneros del Paraguay, estos escarmientos no eran sino «cenizas que cubría el fuego».
 
  1. Representación de 5 de agosto de 1803 del Ayuntamiento de Méjico al Virrey, en que se dice: «En las actuales circunstancias, por el impedimento de hecho del monarca la soberanía se halla representada por la nación para realizar en su nombre lo que más convenga». V: «Hist. de la Revol. de N. España», por José Guerra, t. I, p. 41
  2. Alemán: «Historia de Méjico», t. I, p. 34 y sig.
  3. Cevallos: «Resúmenes de la Historia del Ecuador», t. III, p. 37 y sig.
  4. «Memorias históricas de la revolución política del 16 de julio de 1809 por la independencia de América», p. 16.
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario