Cap. 2.1


CAPÍTULO II
San Martín en Europa y en América
Años 1778-1812




Desembarco de San Matin
Carlos María de Alvear
de la fragata George Canning
          El 9 de marzo de 1812 llegaba al puerto de Buenos Aires procedente de Londres, la fragata inglesa George Canning, nombre bajo auspicios debía imponerse más tarde al viejo mundo el reconocimiento de la independencia sud-americana, que uno de los oscuros pasajeros que conducía aquella nave estaba llamado a hacer triunfar por la fuerza de su genio1. Era éste, el entonces teniente coronel JOSÉ DE SAN MARTÍN «el más grande de los criollos del Nuevo Mundo», como con verdad y con justicia póstuma ha sido apellidado2.
          Hacía veinte y seis años que, niño aún, se había separado de la tierra natal, y regresaba a la sazón a ella en toda la fuerza de la virilidad, poseído de una idea y animado de una pasión, con el propósito de ofrecer su espada  la revolución sud-americana, que contaba ya dos años de existencia, y que en aquellos momentos pasaba por una dura prueba. Templado en las luchas de la vida, amaestrado en el arte militar, iniciado en los misterios de las sociedades secretas propagadoras de las nuevas ideas de libertad, formando su carácter y madurada su razón en la austera escuela de la experiencia y el trabajo, el nuevo campeón traía por contingente a la causa americana, la táctica y la disciplina aplicadas a la política y a la guerra; y en germen, un vasto plan de campaña continental, que abrazando en sus lineamientos la mitad de un mundo, debía dar por resultado preciso el triunfo de su independencia.
          Se ha dicho que San Martín no fue un hombre, sino una misión. Sin exagerar su severa figura histórica, ni dar a su genio concreto un carácter místico, puede decirse con la verdad de los hechos comprobados, que pocas veces la intervención de un hombre en los destinos humanos fue más decisiva que la suya, así en la dirección de los acontecimientos, como en el desarrollo lógico de sus consecuencias.
          Dar expansión a la revolución de su patria que entrañaba los destinos de la América, salvándola y americanizándola, y ser a la vez el brazo y la cabeza de la hegemonía argentina en el período de su emancipación;
-combinar estratégicamente y tácticamente en el más vasto teatro de operaciones del orbe, el movimiento alternativo o simultáneo y las evoluciones combinadas de ejércitos o naciones, marcando cada evolución con un triunfo matemático o la creación de una nueva república;
-obtener resultados fecundos con la menor suma de elementos posibles y sin ningún desperdicio de fuerzas;
-y por último, legar a su posteridad el ejemplo de redimir pueblos sin fatigarlos con su ambición o su espacio de un decenio y la lección que dio este genio positivo, cuya magnitud circunscripta puede medirse con el compás del geómetra dentro de los límites de la moral humana.
          De aquí, la unidad de su vida y lo compacto de su acción en el tiempo y en el espacio en que se desarrolla la una y se ejercita la otra. Toda su juventud es un duro aprendizaje de combate. Su primera creación es una escuela de táctica y disciplina. Su carrera pública es la ejecución lenta, gradual y metódica de un gran plan de campaña, que tarda diez años en desenvolverse desde las márgenes del Plata hasta el pie del Chimborazo. Su ostracismo y su apoteosis es la consagración de esta grandeza austera, sin recompensas en la vida, que desciende con serenidad, se eclipsa silenciosamente en el olvido, y renace a la inmortalidad, no como un mito, sino como la encarnación de una idea que obra y vive dilatándose en los tiempos.



  1. «Gaceta de Buenos Aires» de 13  de marzo de 1812, núm. 28. Algunos de los biógrafos de San Martín han repetido que llegó a Buenos Aires el 13 de marzo, confundiendo la fecha en que se dio la noticia por la prensa con el día de la llegada del buque.
  2. Vicuña Mackenna: «El general José de San Martín», p. 9.
  

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