Cap. 1.2

          Se ha dicho, que cuando la posteridad vuelva sus ojos hacia nosotros, juzgará que la emancipación de la América meridional es el fenómeno político más considerable del siglo XIX, así por su magnitud y originalidad como por la extensión probable de sus consecuencias futuras.1 En efecto:
- la aparición de un grupo de naciones independientes, surgidas de un embrión colonial que yacía en la inercia, y que con elementos nuevos suministran nuevas individualidades á la historia, interviniendo desde luego en la dinámica del mundo;
- la unificación política de todo un continente, que ocupa la mitad del orbe, proclamando por instinto genial los principios lógicos de la democracia como ley natural y regla universal del porvenir;
- la consagración de un nuevo derecho de gentes y un nuevo derecho constitucional, en oposición abierta al derecho de conquista y servidumbre y al tradicional dogma monárquico del absolutismo triunfante en el antiguo continente;
- la división del mundo en dos porciones ponderadas, que establece en las balanzas del destino el equilibrio humano;
- la inauguración  de sociedades orgánicas, con igualdad nativa, emancipadas de todo privilegio, con una fórmula comprensiva y con tendencias cosmopolitas;
- la apertura de un nuevo campo de experimentación libre de todo obstáculo del desenvolvimiento de las facultades físicas y morales del hombre;
- por último, la amplitud de sus movimientos y sus largas proyecciones en el espacio y en el tiempo;
constituyen sin dudas, uno de los más fundamentales cambios que en la condición del género humano se haya operado jamás.
          Los primeros estremecimientos de esta revolución empezaron á sentirse sincrónicamente en las dos extremidades y en el centro de la América meridional en el año 1809, con idénticas formas, iguales propósitos inmediatos y análogos objetivos, acusando desde muy temprano una predisposición innata y una solidaridad orgánica de la masa viva. Simultáneamente, sin acuerde entre las partes, y como obedeciendo á un impulso ingénito, todas las colonias hispanoamericanas, se insurreccionaran en 1810, y proclaman el principio del propio gobierno, germen  su independencia y de su libertad. Seis años más tarde, todas las insurrecciones de la América del Sud eran sofocadas (1814-1816) y sólo quedaba en pie las Provincias Unidas del Río de la Plata, la que, después de expulsar de su suelo ´todos sus antiguos dominadores, declaraban su independencia á la faz del mundo y daba de nuevo á las colonias vencidas la señal del grande y último combate, haciendo causa común con ellas. En 1817, la revolución argentina americanizada, se traza un plan de campaña, de política y de emancipación continental; toma la ofensiva y cambia los destinos de la lucha empeñada; atraviesa los Andes y redime á Chile, y unida con Chile, domina el mar Pacífico, liberta al Perú, y lleva sus armas redentoras hasta la línea del Ecuador, concurriendo al triunfo de la revolución colombiana. Este vigoroso movimiento de impulsión se hace sentir en la extremidad norte del continente meridional, que á su vez vence y expulsa á los defensores de la metrópoli en su territorio, ejecuta la misma revolución que la revolución argentina, toma la ofensiva, atraviesa los Andes, se americaniza y converge hace el centro donde las dos fuerzas emancipadoras efectúan su conjunción, según queda dicho. La lucha quedó circunscripta á las montañas del Perú, último refugio de la dominación española, herida ya de muerte en las batallas de Chacabuco y Maipú, Carabobo y Boyacá. Desde entonces la independencia sud-americana dejó de ser un problema militar y político, y fue simplemente cuestión de tiempo y de un esfuerzo más. Las colonias hispanoamericanas eran libres de hecho y de derecho por su propio esfuerzo, sin auxilio extraño, luchando solas contra los poderes absolutos de la tierra coaligados en su contra, y del caos colonial surge un nuevo mundo ordenado, coronado de las dobles luces polares y ecuatoriales de su cielo. Pocas veces el mundo presenció un génesis político semejante, ni una epopeya histórica más heroica.
          Mientras estos grandes acontecimientos se producían en la América meridional en vísperas del combate final, los Estados Unidos del Norte, que abrieron la nueva era republicana dando la señal de la emancipación á las colonias del sud del continente, y que durante la lucha se mantuvieron neutrales, aunque no indiferentes, reconocen la independencia de las nuevas repúblicas (1822), como «un hecho expresión de la verdad» y declaran, que «es un derecho de los pueblos sud-americanos romper los vínculos que los ataban á su metrópoli, asumir el carácter de naciones, entre las naciones soberanas de a tierra, y darse sus instituciones con arreglo á las leyes de la naturaleza dictadas por Dios mismo»2.. Como una consecuencia del reconocimiento solemne de este hecho y este derecho, los Estados Unidos promulgan la memorable doctrina de Monroe (1822), que en oposición á la famosa bula de Alejandro VI que repartió el mundo entre dos coronas, divide al mundo entre dos sistemas de gobiernos, consagrando un nuevo principio de derecho internacional para ambos mundos, encerrado en la fórmula.: «La América es de los americanos».America for the Americans.») Jefferson, trazando los primeros lineamientos de esta política (en 1808), ha dicho: «La América tiene principios distintos de los de a Europa, y debe tener un sistema suyo que la separe del antiguo continente guarida del despotismo, para ser lo que debe ser la morada de la libertad.» Y Monroe siguiendo estos valientes consejos púsose en 1823 frente á frente de la santa alianza de los reyes coaligados contra la libertad del mundo, y declaró: « que toda la tentativa de las potencias europeas para extender su sistema á cualquier punto del hemisferio americano, con el fin de oprimir á sus pueblos emancipados según principios de justicia ó contrariar sus destinos, sería contraria á la felicidad y á la seguridad del nuevo continente, bajo cualquier forma que se produjera.»3 Las nuevas repúblicas americanas dieron su sanción á esta declaratoria, erigiéndola en regla internacional, y la santa alianza de los reyes absolutos de la Europa retrocedió ante esta actitud, que debía reaccionar sobre la misma Europa sojuzgada.
          La libre Inglaterra, que en un principio fue favorable á la revolución sud-americana, empezó á ponerse del lado la España en 1818 y de la santa alianza en la cuestión colonial, en el sentido de buscar un arreglo que diera por resultado una simple «emancipación comercial» de las colonias, precisamente en el momento en que los Estados Unidos empezaron á diseñar su política en el sentido de la emancipación sud-americana. La diplomacia del gabinete de Washington, manifestó entonces á la Inglaterra, que «las miras del gobierno norteamericano eran que las colonias de la América meridional se emancipasen completamente de la madre patria, y que la lucho no podía terminarse de otro modo.» En 1819, reiteró formalmente esa declaración con motivo de la reunión del congreso de Ais-la-Chapelle en que se trató de una mediación de las potencias entre la metrópolis y sus colonias insurreccionadas4. Y Lafayette, afirmando esta declaración ante el gobierno francés, decía al mismo tiempo: «Toda oposición que se haga á la independencia del nuevo mundo, podrá afligir á la humanidad, pero no ponerla en peligro»5.
          Así, mucho antes que la batalla final asegurase por siempre la emancipación del nuevo continente (1819-1822), ya era un hecho que estaba en la conciencia universal, y la actitud de los Estados Unidos, sostenida por la Inglaterra, hizo declinar la balanza diplomática en su favor en 1823. - La opinión del pueblo inglés le era propicia y las simpatías de todos los liberales de Europa le acompañaban. En el parlamento británico se levantaron voces elocuentes en su favor y el marqués de Lansdowne se hizo el órgano de estos sentimientos presentando una moción á fin de que la Inglaterra reconociese la independencia de las colonias hispano-americanas.- «La grandeza é importancia del asunto de que voy á ocuparme, dijo el orador, es tal, que rara vez se habrá presentado mayor ni igual á la consideración de un cuerpo político. Los resultados se extienden á un territorio cuya magnitud y capacidad de progreso, casi abisma la imaginación que trata de abarcarlos: extiéndense á regiones que llegan desde los 37 grados de latitud norte á los 41 grados de latitud meridional, es decir, una línea no menor que la de toda África, en la misma dirección, y mayor anchura que todos los dominios rusos de Europa y Asia. Estas regiones están cruzadas por ríos magestuosos, con tal variedad de climas y con tan templados efectos de los calores ecuatoriales, gracias á las cadenas de montañas que las atraviesan, que la naturaleza se ve allí dispuesta á producir, como en comprendio, cuanto hay de más apetecible en el mundo. Hállanse habitadas estas regiones por veinticinco millones de almas de diversas razas, que saben vivir en paz y armonía, y que, bajo circunstancias más favorables que las que las han rodeado hasta ahora, pronto llenarían los grandes vacíos de terreno inculto, cuya feracidad las haría prosperar hasta que aquel vasto continente se viese poblado de naciones poderosas y felices. Sus habitantes han llevado la copa de la libertad á los labios, y nadie puede atajar el rumbo de la civilización ni de cuantos sentimientos nobles y grandiosos nacen en su carrera. La regeneración de estos países irá adelante.»6
          La reunión del congreso de soberanos de Verona (1823), y su decisión de intervenir en la Península para sofocar el liberalismo español apoyando al rey absoluto, unida al proyecto de monarquizar la América del Sur según las incipientes ideas reaccionarias de Chateaubriand7, determinaron la actitud de la Inglaterra bajo el ministerio de Canning, que uniformó su política con la de Estados Unidos. Partiendo de la base de que «la independencia de las colonias españolas pobladas por la raza latina, era un hecho consumado, y un nuevo elemento político de la época que en adelante debía dominar las relaciones entre ambos mundos»8, el gran ministro se decidió á reconocer ese hecho, y pronunció en tal ocasión las memorables palabras que resonaron en los dos hemisferios: «La batalla ha sido recia, pero está ganada. El clavo queda remachado. La América española es libre: - Novus aæclorum nascitur ordo!»9.
          La batalla de Ayacucho ganada ocho días antes de pronunciadas estas palabras en el opuesto hemisferio, respondíó á ellas, coronando el doble triunfo de la independencia sudamericana. Canning pudo entonces exclamar: «He llamado á la vida á un nuevo mundo para restablecer el equilibrio del antiguo»10.
          El mundo nuevo reaccionaba por la tercer vez sobre el viejo con su masa y con su espíritu, y por la tercera restablecía su equilibrio perdido.
 

 
  1. "Enciclopediédue nouvelle" de Leroux y Reynaud,t.II, p. 762.
  2. Véase en Matens: «Nouveau recueil de traités» t. VI p. 152; Rapport du comité des affaires étragères de la chambre des représentants concernant la reconnaissance de lìndépendance des ci-devans provinces esagnoles en Amérique en 19 marz 1822. - «Abridgement of the debates of Congress» t.Vii, p. 287 y siguientes 
  3. «Abridgement of the debate of Congress» t. VII, p. 470: President's Mensage de 2 de diciembre de 1823. 
  4. «Residence at the Court of London by Richard Rush, Minister of the United States from 1817 to 1825» caps.XIII y XVII
  5. Carta de Lafayette al Ministro Desolles, de 19 de enero de 1819, comunicada á Rivadavia. (M.S. Papeles de don Valentín Gómez)
  6. Discurso del marqués de Lansdowne en la Cámara de los Lores el 18 de marzo de 1823, inserto en el «Mensajero de Londres» t. I, p. 483 y sig.
  7. Véase Chateaubriand; «Congreso de Verona» t. II, y especialmente cap. IX
  8. Nota de Canning á Grenville de 17 de diciembre de 1824, en Stapleton: «G. Canning and his times» p. 411
  9. Discurso de Canning de 12 de diciembre de 1826
 
  

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