Cap. 2.3


Retrato realizado en Bruselas en 1827
por la profesora de dibujo de su hija Mercedes
          A esta fisonomía histórica correspondía una figura varonil, un rostro reflejo de sus cualidades y un alma ardiente de pasión concentrada con manifestaciones frías y reservadas a veces hacían explosión.
          En los heroicos días de su edad viril, San Martín, como la estatua viva de las fuerzas equilibradas, era alto, robusto y bien distribuido en sus miembros, ligados por una poderosa musculatura. Llevaba siempre erguida la cabeza, que era mediana y de una estructura sólida sin pesadez, poblada de una cabellera lacia, espesa y renegrida que usaba siempre corta, dando relieve a sus líneas simétricas sin ocultarlas. El desarrollo uniforme del contorno craniano, la elevación rígida del frontal, la ligera inclinación de los parietales apenas reprimidos sobre las sienes, la serenidad enigmática de la frente, la ausencia de proyecciones hacia el idealismo, si no caracterizaban la cabeza de un pensador, indicaban que allí se encerraba una mente robusta y sana, capaz de concebir ideas netas, incubarlas pacientemente y presidir sus evoluciones hasta darles formas tangibles. Sus facciones, vigorosamente modeladas una carnadura musculosa y enjuta, revestida de una tez morena y tostada por la intemperie, eran interesantes en su conjunto y cautivaban fuertemente la atención1. Sus grandes ojos, negros y rasgados, incrustados en órbitas dilatadas, y sombreados por largas pestañas y por anchas cejas, -que se juntaban en medio de la frente al contraerse hacia arriba, formando un doble arco tangente, -miraba honestamente, dejando escapar en un brillo normal el fuego de la pasión condensada, al mismo tiempo que guardaban su secreto. - Este era el rasgo característico de su fisonomía, que según la expresión de un contemporáneo que le observó de cerca, simbolizaba la verdadera expresión de su alma y la electricidad de su naturaleza.
- La nariz pronunciada y larga, aguileña y bien perfilada, se proyectaba atrevidamente en líneas regulares a la manera de un contrafuerte que sustentase el peso de la bóveda saliente del cráneo.
- Su boca, pequeña, circunspecta y franca, con labios acarminados, firmes, carnosos y bien cortados, se animaba a veces con una sonrisa simpática y seria, que dejaba entrever una rica dentadura verticalmente clavada.
- Los planos de la parte inferior del rostro eran casi verticales, destacándose de ellos horizontalmente la barba que cerraba el óvalo y lo acentuaba como un signo de la voluntad persistente, sin acusar ningún apetito sensual, rasgo que la edad avanzada puso más de relieve.
- La oreja era regulada, mansa y llena de atención, como la de un caballo veterano avezado al fuego de las batallas.
- Su voz era ronca; a su talante marcial unía un porte modesto y grave; eran sus ademanes sencillos, dignos y deliberados, y todo en su persona, desnuda de aparato teatral inspiraba naturalmente el respeto sin excluir la simpatía2.
          San Martín hablaba con sencillez, daba sus órdenes verbales con precisión, y tenía chiste espontáneo en su conversación. Escribía lacónicamente con estilo y pensamiento propio. Poseía el francés, leía con frecuencia, y según se colige de sus cartas, sus autores predilectos era Guibert y Epicteto, cuyas máximas observaba, o procuraba observar, como militar y como filósofo práctico. Profundamente reservado y caluroso en sus afecciones era observador sagaz y penetrante de los hombres, a los que hacía servir a sus designios según sus aptitudes. Altivo por carácter y modesto por temperamento y por sistema más que por virtud, era sensible a las ofensas, a las que oponía por la fuerza de la voluntad un estoicismo que llegó a formar en él una segunda naturaleza. Moderado por cálculo y humano por temperamento; paciente en la elaboración de sus plantas, austero en el deber sin dejar de ser tolerante con las debilidades humanas; severo hasta la dureza a veces, pero sólo cuando lo consideraba necesario; reservado hasta tocar el disimulo; prevalecía sobre sus cualidades adquiridas su naturaleza apasionada de criollo americano, que reflejaba inconscientemente las ideas caducas del orden de cosas que odiaba y combatía. Hombre de acción por sus cualidades nativas, cuando fue llamado a dirigir los hombres por móviles morales, mostró pertenecer a la raza de aquellos descendientes de Hércules de que habla Lisandro, que sabían coser la piel del zorro a la del león.
  
  1. Contaba el mismo San Martín en sus últimos años, que en una ocasión hallándose confundido en un grupo de oficiales españoles en presencia de Napoleón, éste clavó en él su mirada profunda, se le acercó bruscamente, y tomando un botón de su casaca de teniente (que era blanca y celeste), leyó en alta voz: -¡Murcia!- Era el nombre de su regimiento, leído por el genio de la guerra.
  2. La imagen de San Martín, reproducida en varias formas y materias, es una de las más vagas como fisonomía histórica que concrete su tipo en las varias épocas de su período de acción. Ya se ha dicho en el Prólogo, que de los treinta retratos que de él se han hecho, sólo cuatro ó cinco pueden considerarse auténticos, y quedan señalados. Sin embargo, un contemporáneo (que suponemos sea el coronel don Juan Espinosa) decía refiriéndose a uno de aquellos, en el núm. 99 del Correo Peruano, de Lima, en 1851: «De cuantos retratos de San Martín hemos visto ninguno da mejor medida de su expresiva fisonomía que el pequeñísimo que contiene la batalla de Maipú hecho en Londres. En él se notan sus grandes ojos, la patilla como la usaba, la airosa actitud que tenía a caballo, tal como era cuando le conocimos aquí». -En el mismo número del citado periódico limeño se publicó un grabado, que aunque incorrectamente dibujado, es un de los que mejor hacen resaltar el notable rasgo del doble arco tangente que describían sus cejas al contraerse, que ninguno de  sus otros retratos acusa, y que todos sus contemporáneos señalan. - Agregamos a estas noticias iconográficas, que San Martín usó bigote hasta el grado de coronel; que luego que fue hecho General, se lo cortó, y sólo usó la patilla corta; y por ultimo, que en sus últimos años, se cortó la patilla y volvió a usar el bigote, cano ya. Véase además: «El General San Martín en 1843» por J. B. Alberdi, ps. 38  39, y la «Iconografía de San Martín» por Juan M. Gutiérrez en el libro de su «Estatua», en que describe diecisiete retratos más o menos originales, p. 35 y sig.

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